Hablemos de ansiedad

¿Qué sucede con la ansiedad?

Neider Ruiz Gaviria.

5/17/20232 min read

La ansiedad es una disfunción del sistema nervioso caracterizada por una angustia intensa y persistente, así como por dolor físico o emocional. Es importante profundizar en los mecanismos bioquímicos subyacentes a la ansiedad y al dolor, las posibles soluciones para tratarlos y los casos clínicos relacionados. Al explorar cómo la ansiedad y el dolor afecta las esferas física, mental y emocional de las personas, se pueden identificar síntomas como nerviosismo, miedo intenso, inquietud, problemas de concentración, problemas para conciliar el sueño, tristeza, vergüenza y culpa.

La ansiedad a menudo es desencadenada por situaciones estresantes, mientras que el dolor puede ser causado por una mala postura, lesiones deportivas, enfermedades crónicas, trauma emocional o carencias nutricionales. La ansiedad contribuye al dolor debido a la liberación excesiva de neurotransmisores en el sistema nervioso, conocida como “sensibilización central”. Los estudios también han vinculado la ansiedad con el aumento de la actividad cerebral en áreas relacionadas con el control y la respuesta al dolor, lo que puede aumentar la percepción del mismo, alterar la respuesta al tratamiento y aumentar el riesgo de desarrollar síntomas crónicos.

La ansiedad y el dolor están relacionados y se han encontrado vínculos bioquímicos para explicar esta relación. Estudios han descubierto que el cortisol, hormona asociada con el estrés, también está relacionada con el dolor crónico, inhibiendo la producción de sustancias que ayudan a reducir el mismo, es decir, sustancias antiinflamatorias. Además, neurotransmisores como la dopamina y la serotonina pueden aumentar la percepción de síntomas.

El dolor debe considerarse y entenderse desde un contexto social, cultural y educativo. Se ha demostrado que la forma en que los individuos interpretan y perciben el dolor puede ser influenciada por factores como la cultura, el nivel socioeconómico, el nivel educativo y las creencias personales.

Por ejemplo, las creencias personales influyen significativamente en la percepción de dolor. Algunos ejemplos incluyen creencias religiosas como la recuperación a través del poder divino, el control personal sobre los dolores físicos mediante la meditación y la práctica del yoga, así como la autoeficacia y la resiliencia, que influyen en la forma en que una persona ve y maneja el dolor.

Las actitudes y los estereotipos hacia el dolor también pueden influir en su percepción. Por ejemplo, una actitud positiva puede conducir a un menor nivel de percepción del dolor, mientras que el establecimiento de metas, las tácticas de afrontamiento positivas y el autocontrol pueden contribuir a la resistencia a los dolores a largo plazo.

Por último, el nivel educativo puede tener un importante impacto en la percepción del dolor. Estudios han mostrado que los individuos con mayores niveles de educación experimentan menos dolor y tienen una percepción más baja de los dolores, especialmente en las enfermedades físicas.